En
la sobremesa del desayuno Esther se lo comunica a su madre, ésta levanta la
vista del periódico que está hojeando y la mira con atención.
-Voy
a aceptar un puesto de trabajo en Irlanda, en un pequeño y pintoresco
pueblecito costero.
-¿Qué
dices cariño?
-Has
oído bien, me marcho lejos. Lo siento mamá, pero tú sabes que tengo que
hacerlo.
No
es necesario seguir disimulando. Esther sabe que su madre es muy perspicaz. En
más de una ocasión la ha pillado mirándolo embobada y ella la ha visto mover la
cabeza y suspirar con resignación.
Lo
supo desde la primera vez que lo vio, su hermana se lo presentó a la familia el
día de Navidad de hace dos años. Cuando le dio un apretón de mano y dos besos
en las mejillas, Esther sintió una corriente
que le recorría el cuerpo de arriba abajo y la dejaba sin aliento.
-Dios,
es el hombre más guapo que he visto en mi vida -pensó entonces y lo sigue
pensando ahora-. Alto, delgado, pero fuerte y musculoso, moreno y de ojos
azules como el mar. Siempre lleva camisa, americana desabrochada y vaqueros.
Lidia, dice que viste así por su trabajo, a pesar de que sólo tiene veintinueve
años, es dueño de varias empresas y las dirige personalmente.
Durante
el tiempo que lleva saliendo con su hermana ha tenido que soportar estoicamente
y con una sonrisa, la descripción que ésta le hace en ocasiones, de las escenas
amorosas que los dos viven intensamente. Por la imaginación de Lidia no pasa ni
de lejos, que después Esther se pasa la noche entera sin dormir, ahogando sus
sollozos contra la almohada.
Aunque,
tiene que reconocer que la descripción de estos momentos románticos, antes de irse
las dos a la cama, es la que le ha permitido seguir adelante. Cada noche ha
revivido una y otra vez con todo lujo de detalles, la escena que Lidia le ha descrito,
pero, con una gran diferencia, en la escena imaginaria, la protagonista es ella
y no su hermana. Esta noche pasada, Esther se ha dado cuenta que ya no puede seguir con esto, se
ha convertido en una obsesión insana. Cada noche se despierta bañada en sudor,
pronunciando su nombre y estremeciéndose de placer en sus brazos. Y por la
mañana cuando mira a su hermana, a la que desde niña adora, se le revuelven las
entrañas, de remordimiento y asco por sí misma.
Aunque
la decisión de marcharse y acabar con la situación es firme, incluso ha
rellenado la solicitud del empleo por internet, Esther no puede resistir la
tentación de revivir la última escena que su hermana le ha descrito y que se
llevará para siempre con ella, vaya donde vaya.
Lidia
y Raúl piensan casarse la próxima primavera, han comprado un precioso
apartamento en una de las zonas más lujosas de la ciudad. Con un gusto exquisito
están decorando cada una de las habitaciones. La última escena romántica y
maravillosa, que le ha descrito Lidia, ha sido de hace unos días cuando le
montaron el dormitorio de matrimonio.
Soñando…
Esther
se encuentra en un restaurante cercano a su oficina disfrutando de un café tras
el almuerzo. Mientras aprovecha los últimos minutos de su descanso le llega un
whatsApp, es de Raúl:
Estoy en casa, acaban
de terminar de montar el dormitorio. Te espero aquí a las siete, cuando llegues
sigue las instrucciones al pie de la letra. No me hagas preguntas, sabes que no
las contestaré. Sólo dime si te viene bien la hora. Un beso.
Enseguida
le contesta sonriendo, por supuesto, la hora le va de maravilla. Tal como le ha
recomendado, no le pregunta nada, aunque, presa de la excitación y los nervios,
casi no puede concentrarse en su trabajo el resto de la tarde.
A
las siete en punto Esther abre la puerta del apartamento, enseguida le asalta
un agradable olor a rosas. Suavemente cierra la puerta y ve en el suelo un camino
hecho con pétalos de rosas rojas que recorre el largo pasillo. Cada cierto
tramo, en el suelo, encuentra una nota de papel. Con una exquisita caligrafía
Raúl le va dando instrucciones:
-Deja el bolso, los zapatos y la chaqueta en
el perchero de la entrada.
Así
lo hace Esther riendo entrecortadamente y moviendo la cabeza a un lado y a
otro, pero entusiasmada.
-Desabróchate la
camisa, déjala en el suelo.
-Ahora quítate el
sujetador y también déjalo en el suelo.
Esther
continúa avanzando por el camino de pétalos haciendo lo que le pide, aunque
cada vez más nerviosa y excitada. Empieza a escuchar una música celestial que
proviene del dormitorio al que se va acercando.
-Shsss, no te rías, aunque no te oigo, sé que
lo estás haciendo. Vamos preciosa, quítate el pantalón.
Esther
no puede creerlo, casi tiene ganas de correr y abalanzarse sobre él. La vuelve
loca con las escenitas que le monta.
-Por último, quítate las braguitas y déjalas
en el suelo. Coge el ramo de rosas que hay junto a la nota. Abre la puerta del
dormitorio y entra.
Totalmente
desnuda y con el ramo de rosas rojas entre sus manos, Esther abre la puerta del
dormitorio y entra, enseguida empieza a caer
sobre ella una lluvia de pétalos rojos, que se van amontonando a sus
pies a la vez que impregnan el aire con su dulce aroma. Extasiada levanta los
brazos y comienza a dar vueltas a la vez que su risa resuena por toda la
habitación, mientras los pétalos al caer sobre su cuerpo le acarician
suavemente la piel.
Justo
enfrente de la puerta él sentado en una
pequeña butaca de terciopelo rojo, descalzo, con el torso desnudo y un cómodo
pantalón de pijama la mira embelesado. De forma seductora se levanta y camina
hacia ella, que ya quieta y casi sin respirar lo espera con la boca entreabierta,
el pulso acelerado.
-Eres
la rosa más bonita del ramo. -Le dice a la vez que la levanta por la cintura y
la besa con pasión. Ella responde de inmediato y agarrándose a su cuello
enrosca sus piernas alrededor de sus caderas.
Abrazados
llegan los dos a la cama, casi sin soltarla, Raúl se quita el pantalón y se
sitúa entre sus piernas. Apoyándose en sus antebrazos, la besa en la boca,
lentamente va bajando con suaves besos por su cuello, su escote, sus pechos, a
la vez que suave y despacio, entra y sale de su cuerpo una y otra vez, una y
otra vez, hasta que juntos como si fueran solo uno, alcanzan el orgasmo.
Descansan
el uno apoyado en el otro, mientras Esther desea con toda su alma no despertarse
jamás. Es Raúl el primero que lo hace y suavemente le susurra al oído:
-Queda
inaugurada esta cama.
Se
levanta y llena dos copas del cava, que frío, espera en una coctelera encima de
la mesita de noche. Para hacerlo más
delicioso aun añade a cada copa una bola de helado de limón. Justo cuando van a
brindar radiantes de felicidad, Esther también se despierta, pero en su cama,
sola, sudorosa y temblando.
Amelia.
HISTORIA DEL CAVA.
El cava es un vino
espumoso elaborado por el método tradicional en la Región del Cava en España,
fundamentalmente en la comarca catalana del Penedés (provincias de Barcelona y
Tarragona).
En 1887 llegó la plaga
de la filoxera al Penedés, arruinando los cultivos de uva. Esto conllevó una
renovación de las variedades utilizadas, con la introducción de cepas blancas
de calidad autóctonas, en sustitución de variedades negras. Esta sustitución facilitó
el desarrollo del cava ya que adquirió personalidad propia.
En 1972 ante el
conflicto con Francia por la denominación protegida champán se constituyó el
Consejo Regulador de los Vinos Espumosos, que aprobó la denominación de «cava»
para nombrar al espumoso español, zanjando la disputa y respaldando y
valorizando el nombre común utilizado en la zona para este vino, llamado «vino
de cava».
Amelia.