Está muerta, sólo piensa en darse una
buena ducha ponerse su cómoda camiseta de dormir, meterse en la cama y encender
su portátil. Ni siquiera tiene ganas de cenar.
-Sólo tomaré un vaso de leche y… una magdalena
de chocolate -piensa con remordimiento, mientras deja el bolso en una silla del
salón, se quita los zapatos, la chaqueta y va soltando el resto de la ropa por
la casa.
Sus jornadas cada vez son más
agotadoras pero ama su profesión con todas sus fuerzas. Es manager de equipos
de fútbol y con lo del mundial, no para. Lo que lleva peor es viajar, el avión,
los hoteles… los cambios de hora. En fin, necesita un poco de estabilidad. Lo
sabe desde que cortaron, el motivo principal fue el de las ajetreadas vidas que
llevaban.
Él era empresario y personalmente se
ocupaba de los negocios que tenía a lo largo de todo el país y también fuera de
él. Tampoco paraba de viajar, cada vez se veían menos y cuando lo hacían era
para recriminarse lo ocupados que estaban con sus respectivas profesiones. Pero
él también adoraba la suya por encima de todo. Finalmente habían decidido
terminar la relación, así no podían funcionar.
Sin embargo, ella no podía apartarlo de
su mente, su mirada apasionada, su risa, su voz… sus manos acariciándola -Dios,
cómo le echo de menos. ¡Maldita sea! -pensaba a menudo. Pero
por nada ni por nadie se plantearía dejar su profesión. Había luchado mucho por
conseguir la posición que ostentaba y no estaba dispuesta a perderla. Le
gustaba valerse por sí misma y ser autosuficiente, si eso estaba reñido
con una relación normal, pues, habría que aguantarse.
-De momento con la conversación por el
chat y mi nuevo amigo virtual, tengo bastante -pensó con resolución.
Hace meses que se conectan a la misma
hora y se hablan por el chat privado. En principio le pareció extravagante la
forma de relacionarse, pero lo cierto es que cada día cuenta los minutos
deseando conectarse. Esta fórmula se adapta bien a su modelo de vida y cada vez
está más enganchada.
La primera vez que hizo clic sobre el
enlace, fue por pasar el rato, estaba aburrida en la cama del hotel y
fisgoneando vio: “hombre soltero busca chica con expectativas” le hizo gracia y
pinchó. Enseguida iniciaron una conversación que a los dos les pareció de lo
más interesante. No han dejado de conectarse ni una sola noche desde entonces.
En principio sólo hablaban de sus gustos y aficiones: libros, películas,
música, etc.
Poco a poco, a través del chat, a pesar
que desde el principio acordaron que nada de fotos ni de conversaciones sobre
trabajo, se han ido conociendo a la perfección, incluso, en ocasiones, llegan a
adivinar lo que piensa el otro. Chatean desde los lugares más remotos, los dos
llevan un estilo de vida parecido, de ahí que el modelo se adapte tan bien a ellos.
Últimamente incluso hablan de sexo:
-Descríbeme lo que llevas puesto -le
escribe él y a ella le parece que le susurra.
-Mi perfume favorito -miente.
-¿Qué más?
-Nada más.
-Cómo me gustaría verte, acariciar tu
cuerpo e impregnarme las manos, la boca y todo yo con tu fragancia -le dice
totalmente excitado-. Haz lo que te diga al pie de la letra -continúa.
Sólo con ver las palabras escritas
tiene que ahogar un gemido de placer. Poco a poco, le va diciendo lo que debe
hacer y ella hechizada por las suaves palabras escritas va haciendo exactamente
lo que le pide. Al mismo tiempo le va describiendo a él como se siente y le va
diciendo lo que debe hacer. De esta forma noche tras noche los dos alcanzan un estado pleno que los libera del
estrés acumulado a lo largo del día.
Sin embargo, cada vez anhelan más el
contacto físico y real. -Si a través del chat, sólo con palabras, imágenes…
música, somos capaces de tanta complicidad ¿por
qué no probar? ¡Nada
tenemos que perder! -Acuerdan una noche y, se citan en un restaurante para
cenar juntos al día siguiente.
A los dos se les hace la jornada de
trabajo muy larga. Están nerviosos como dos adolescentes y no dejan de mirar el
reloj a cada instante. Cuando acaban sus respectivas ocupaciones, se duchan y
arreglan con esmero. Ninguno de los dos quiere decepcionar al otro.
Cuando llegan al restaurante lo hacen
tan puntualmente que se encuentran en la entrada y casi chocan el uno con el
otro a la vez que abren la boca por la sorpresa.
-Pero ¿qué haces tú aquí? -le pregunta él alucinado. Lleva meses sin salir y la primera vez que lo
hace no puede ocurrirle nada peor que encontrarse con la mujer que intenta
desesperadamente quitarse de la cabeza.
-Lo mismo pregunto yo -responde ella a
la defensiva.
-Tengo una cita.
-Qué casualidad, yo también.
-Bien, pues adelante -responde
haciéndole una caballerosa e irónica reverencia.
-De acuerdo, me alegro de verte
-responde ella haciendo un gesto de despedida levantando los dedos anular e
índice, a la vez que comienza a caminar de forma altiva.
Una vez dentro del restaurante los dos se
dirigen hacia la mesa que tienen reservada y se quedan sin palabras cuando se
dan cuenta que es la misma para ambos. El camarero espera paciente a que tomen
asiento. Tras unos larguísimos segundos de estupefacción caen en la cuenta de
que cada uno de ellos es el amigo virtual del otro. Y como si se dieran permiso
mutuamente irrumpen los dos al mismo tiempo en sonoras carcajadas, ante la
atónita mirada del camarero.
El carraspeo de garganta cada vez más
fuerte de éste los saca poco a poco del ensimismamiento en el que han caído y por
fin deciden sentarse a la mesa y cenar juntos. Tras saborear la deliciosa cena
acompañada del mejor vino de la carta, se miran fijamente durante
un buen rato, sin un ápice ya de broma en sus semblantes.
-Y ahora qué -pregunta él sin apartar
la mirada de ella.
-Ahora -dice ella muy despacio.
Paguemos la cuenta y vayamos a tu casa o a la mía. Mañana
-añade pícaramente acercándose a él -ya veremos.
-De acuerdo -responde alzando la copa
hacia ella y entrecerrando los ojos a la vez que asiente.
PD: Dedicado a mi amigo Jesús Martín, que fue quien me
sugirió la idea de este relato.
Amelia.
Noe.
Historia
de la magdalena.
Bollo tradicional de la
región de Lorena en Francia. Según una versión el nombre de magdalena de
Commercy se debe a una joven criada llamada Madeleine Paulmier, que en 1755
elaboró estos pastelitos para el rey de Polonia Stanislas Leszczynski que tenía
allí un palacio.
Otras fuentes las
remontan a la época de los peregrinajes a Santiago de Compostela. Una joven
llamada Magdalena servía a los peregrinos estos pastelillos con forma de
concha, como símbolo de la peregrinación. De ahí que se extendiera a lo largo
de los caminos de Santiago y se implantara
de forma tradicional en España.
Amelia.