viernes, 12 de diciembre de 2014

Atrapado.






El baile es su pasión, su válvula de escape, su forma de agradecer  la vida que le ha tocado. A pesar de los problemas que tiene se siente agradecido, agradecido por estar sano, agradecido por sentir ganas de vivir, agradecido por ser capaz de mantener la cordura en los peores momentos y sobre todo, agradecido por haber decidido un día que tenía que aprender a bailar.

La conoció en las clases de baile a las que asistía desde hacía unos meses y supo desde la primera vez que hicieron el amor que nunca podría quitársela de la cabeza. Era su media naranja sin lugar a dudas. Cumplía todos los requisitos que él valoraba en una mujer, tanto física como espiritualmente. Era alta, delgada y con unas maravillosas curvas que hacían que todo hombre que la viera tuviera que volverse a mirarla. Sus ojos increíblemente azules y su larga melena negra y rizada conferían a su pálida tez un aire angelical al que nadie podía resistirse. Su carácter alegre y extrovertido era el complemento ideal para convertirla en una belleza sin igual. Sin embargo,  había llegado tarde a su vida.

-Tan sólo dos años antes habrían sido suficientes -pensaba a menudo con amargura.

[….]

Ella lo vio primero y sintió un auténtico flechazo, no pudo apartar la mirada de su cuerpo atlético, moreno y sudoroso en toda la clase. Se movía al ritmo de la música con una gracia natural y una masculina elegancia que lo hacía destacar por encima de todos los hombres de la sala.

-Madre mía menudo espécimen -se dijo a sí misma al final de la clase, mientras se secaba el sudor que le corría por el cuello. Él, absorto en sus pensamientos y con semblante serio salió de la sala sin reparar siquiera en su presencia. Ella lo siguió con la mirada hasta verlo desaparecer por el pasillo que llevaba a los vestuarios.

En la siguiente clase se sitúo a su lado y esta vez él se fijó en ella. Cuando el profesor dijo que se colocasen por parejas para la siguiente pieza, se eligieron mutuamente sin el más mínimo titubeo. Pronto quedó claro que eran tal para cual en la clase de baile, llevaban el ritmo y marcaban los pasos con tal armonía y sincronización que cuando acabó la pieza, sus compañeros y también el profesor aplaudieron fervorosamente y ellos con las manos enlazadas quedaron como en trance, perdidos en la mirada el uno del otro. Cuando acabó la clase él la invitó a tomar una copa y ella aceptó de inmediato.






Seis meses después estaban locamente enamorados, hacían el amor con la misma pasión que ponían en el baile, charlaban, reían y se comprendían mutuamente de tal forma que parecían una sola persona. Sin embargo, los dos sabían que el suyo era un amor imposible.

[…]

La noche estaba como su ánimo, lluviosa y tormentosa. Tras una deliciosa cena en la que habían compartido un exquisito plato de salmón en hojaldre, habían hecho el amor de forma apasionada, casi con desesperación, como si les fuese la vida en ello.


  Ahora tras darle muchas vueltas no se atrevía casi a respirar para no molestarla, dormía plácidamente apoyada en su pecho, mientras él acariciaba suavemente su cabello a la vez que derramaba lágrimas de amargura en silencio. No podía aplazarlo más, tenía que acabar con esto. La amaba más que a sí mismo y daría su vida por ella sin ni siquiera pensarlo, pero, precisamente por eso tenía que dejarla marchar. Ella merecía mucho más que esto.

 La luz de un relámpago y después el ensordecedor rugido del trueno la sacaron de su sueño y enseguida intuyendo que algo iba mal giró su cara hacia la de él.

-David ¿qué ocurre? -preguntó con el pánico atenazándole la garganta.

-Ana, mi amor, tengo que marcharme.

-Vale, pero tampoco es para ponerse así, mañana volverás -dijo intentando bromear, con su buen humor de siempre.

-No, no volveré -le dijo a la vez que empezaba a levantarse, aparentando mucha más calma y frialdad de la que sentía.

-David, por favor, lo hemos hablado muchas veces. Soy feliz así, no necesito más.

-No cariño, esto tiene que acabar, los dos lo sabemos -respondió acercándose y abrazándola con fuerza, escondiendo la cara en su cuello.

-David en serio vete a casa y mañana te llamo  -separándose de él y obligándole a mirarla de frente.

Cuando lo miró a los ojos vio el infinito dolor reflejado en su mirada y supo que había llegado el temido momento. Comprendió desde el principio que su relación con él no tenía futuro. Sin embargo, no había podido resistirse a su encanto. Su forma apasionada de bailar, su triste mirada, su impecable forma de actuar, la habían vuelto loca desde el principio y no había tenido escapatoria.

 Totalmente abatida se dejó caer en la cama, la cabeza colgando entre los hombros. Se sentía incapaz de mirarlo y no abalanzarse sobre él para retenerlo aunque fuese llorando y suplicando.

-De acuerdo, si es lo que quieres márchate ahora -dijo con la voz desprovista de toda emoción.

Él, erguido, con los brazos extendidos a cada lado del cuerpo, también dejó caer la cabeza. No soportaba verla de este modo, en ese estado de abatimiento que la hacía irreconocible. Sin embargo, sabía en lo más profundo de su corazón que no podía hacer otra cosa. Cuadró los hombros respiró hondo y mirándola por última vez salió de la habitación.



















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